L E C T U R E S A T U N I V E R S I T Y O F B U E N O S A I R E S 9 1 9 Si se pretenda operar con tales conceptos—continuó—no es posible conciliar aquellos postulados. Pasando de un sistema a otro, es decir, introduciendo en las leyes de los fenó- menos observados desde una de los sistemas, en lugar de las coordenadas y el tiempo que a él se refieren, las coordenadas correspondientes al otro, aprovechando las relaciones sen- cillas que provee la mecánica clásica, se obtienen expresiones de forma no idéntica a las primeras, en contra de lo que aquel principio exige. Si pensamos un poco sobre nuestro concepto de la geometría—continuó,—veremos que ella es puramente intuitiva. Tal carácter tiene la geometría de Euclides. En ésta, las distan- cias, que son puramente subjetivas, tienen el carácter de absolutas. No tendría, pues, sentido preguntar si ella es verdadera o falsa. Pero si materializamos la noción de segmento de rec- ta, considerando como tal a la distancia entre dos trazos de una barra prácticamente rígida, e introducimos la suposición de que esos dos trazos están siempre a la misma distancia, cua- lesquiera sean los movimientos que con la barra se ejecuten, convertimos la geometría en una ciencia objetiva, en una rama de la física, y podríamos entonces preguntar y averiguar si las reglas de aquella geometría, así interpretada, corresponden a los objetos reales. Consideremos ahora el tiempo. En la ciencia clásica la simultaneidad de dos sucesos es un hecho absoluto que no depende para nada del observador que lo contempla. La simulta- neidad que se atribuye mentalmente a dos sucesos carece de sentido para el mundo exterior. En éste sólo podemos establecer la simultaneidad mediante mediciones físicas. Veamos cómo es esto posible. La realización de sucesos en un lugar cualesquiera A puede registrarse ubicando un reloj en él y anotando las posiciones de las agujas en los instantes en que se realizan. Otro observador puede hacer lo mismo en otro punto B y así siguiendo para otros lugares. Se tendrían así catálogos referentes a los distinto sitios, pero no una corresponden- cia entre los instantes de realización de sucesos ocurridos en ellos. El problema se reduce a averiguar de qué modo es posible llegar al conocimiento de la simultaneidad de dos de ellos cualesquiera. De este modo s podría establecer la correspondencia entre los tiempos observados en A con los observados en B. Así se tendría un solo tiempo ”en cada sistema”. Existe un solo camino—dijo—para resolver ese problema y es aprovechar de un fenó- meno físico cualquiera que se propague de un punto a otro. No es forzoso que sea la luz, pero recurrimos a ella, porque, aparte de la comodidad, es en el estudio de sus fenómenos donde hemos encontrado las dificultades. Podríamos, por ejemplo, reconocer la simultanei- dad de dos sucesos que se cumplen en A y en B situándonos en el punto medio de la línea que los une y observándolos mediante espejos desde allí. Se introduce aquí la hipótesis de que la luz tarda el mismo tiempo en recorrer las distancias entre el punto medio y aquellos dos lugares. Así podrían sincronizarse relojes situados en tales puntos y sucesivamente en otros sitios. De esa manera tendríamos definido—continuó—el tiempo con respeto a un sistema aquél con respecto al cual los relojes están den reposo. “A priori”, no es seguro que esa definición sea adaptable para otro sistema que se mueve relativamente a él. Es decir, es posible que un observador que pasase moviéndose con cierta velocidad por el punto medio de A y B en el instante en que aquél ve dos sucesos realizándose, nos lo viese, como este, simultáneamente.